martes, 1 de noviembre de 2011

PASEANDO POR UN PEQUEÑO LUGAR DE ANDALUCÍA

         He de reconocer que me gustan las grandes ciudades y decir esto sé perfectamente que es echarme a un montón de gente encima intentando convencerme de que la vida es mejor cuanto más pequeño sea el lugar donde vivas y más cerca esté de la naturaleza . . .

         No voy a discutir sobre ello. Mis preferencias a la hora de fijar mi residencia son una cosa, y los lugares que elijo para visitar son otra. En este aspecto he de decir que para mí viajar, conocer lugares distintos, otra gente que vive la vida de modo diferente es algo que me fascina.

        Este verano estuve en un pequeño pueblo de Andalucía y, la verdad es que no puedo compartir aquí todo lo que ví. Ni siquiera voy a poner imágenes de los forjados de los balcones o de los muchos detalles que llenan de luz y color sus casas, porque me gusta más centrarme en el modo de vida. Espero que eso no sea decepcionante.



     Durante el viaje intenté aprovechar para dormir mientras escuchaba música. No quería pensar en lo que me iba a encontrar, prefería vivirlo en el momento... Aunque alguna vez que otra he de reconocer que eché un vistazo por la ventanilla.


       El  tren  me llevó a la estación de ferrocarril más antigua de España, aunque dónde está lo dejo para aquél/la a quien le guste indagar sobre cuestiones anecdóticas.



     Me gustaron muchas cosas de ese pueblecito, pero quizás lo que más la sensación de no ser una extraña (de ser una más de aquella tierra), la naturalidad en el hacer y en el decir que tiene la gente y el hecho de que ésta va andando a todos sitios.


     Y no tiene nada que ver con el hecho de que el pueblo sea pequeño, porque en esta tierra nuestra yo he estado en pueblos en los que, para ir a tomar un café en un lugar que está a unos metros de casa, la gente coge el coche y  suma el suyo a los demás que están ya aparcados, atestando la calle y entorpeciendo el tráfico ¿ ?.


     En él los gatos toman el sol tranquilamente.



     Los caballos no son extraños. Siempre es posible ver alguno al que su dueño ha sacado a pasear...



     Los ancianos se reúnen en las plazas a charlar para matar el tiempo.




       Y  tiempo es precisamente lo que yo no tengo. Tengo que alzar el vuelo de ese lugar ya.



     Pero me ha gustado y tal vez, en algún otro momento de mi vida vuelva, igual que vuelven las cigüeñas a hacer sus nidos año tras año cuando llega el buen tiempo.